Texto de Miguel Grinberg
Quienes protagonizamos los Años Sesenta –aquí, allá y en todas partes–sabemos que constituyeron una década revolucionaria en el sentido intrínseco del término: “cambio importante en el estado de las cosas”. No apuntábamos al “cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación” (sentido extrínseco tradicional) sino que anhelábamos la transformación profunda del acto de existir en este planeta.
Simultáneamente, cabe consignarlo, hubo quienes apostaron a la utopía de laviolencia y al revolucionismo armado tradicional, desde el padre Camilo Torres en Colombia, o los insurgentes de Argelia contra el colonialismo francés, hasta el episodio de Ernesto Che Guevara en Bolivia. Todos ellos con desenlace trágico.
Más allá de tales episodios violentos, e independientemente de los resultados del torbellino (contra)cultural pacífico e innovador que agitó atoda una generación durante aquellos años vertiginosos, lo innegable es que los ’60 se grabaron en la historia como una divisoria de aguas, como uno deesos trazos originales profundos que mucho tiempo después permiten definirun “antes” y un “después”.
Fueron los años de la Beatlemanía, la prensa alternativa, la antipsiquiatría, las comunidades intencionales, el rock progresivo, las (anti) universidades libres, el movimiento pacifista contra el conflicto en Vietnam, el Poder Negro, los hippies, la psicodelia, la migración de gurúes asiáticos hacia Occidente, el festival de Woodstock, la internacional situacionista, el Mayo francés, el feminismo, el teatro del absurdo, la poesía visionaria, el misticismo profético, la Bossa Nova, las nuevas “olas” del cine europeo y de las Américas, Astor Piazzolla, los sacerdotes para el Tercer Mundo, la “nueva izquierda”, y mucho más. Por ejemplo: el Movimiento Nueva Solidaridad de poetas y artistas de las Américas, también denominado Acción Poética Interamericana, que contó con el aval de autores reconocidos como Julio Cortázar, Henry Miller y Thomas Merton.
En vez de aspirar a ocupar el sitial de los poderes corruptos, belicistas y obsoletos (verticalistas) de aquellos tiempos, se trataba de tomar el propio poder (horizontalista) de creación y de experimentar modalidades diferentes de la vida en común. Por primera vez en la historia humana, el vértigo generativo tomaba un cariz planetario. Aunque, cabe reconocerlo, no llevó su energía y su inspiración hasta sus últimas consecuencias.
Por un lado, gran parte de los sesentistas se quedó en el malabarismo conl os símbolos y no se entregó plenamente a las ceremonias de mutación personal y colectiva: coqueteó con el ritual pero no se sumergió en las ceremonias básicas de la creación de una “nueva sociedad”. O tal vez, no alcanzó a reunir el quórum necesario para convertir las palabras inspiradas en acciones irresistibles.
En 1962, hace algo más de cuarenta años, soñé una red panamericana de poetas que bauticé como Movimiento Nueva Solidaridad (MNS). Secundado por el cronopio Antonio “Giorgio” Dal Masetto (y una ayudita de Juan Carlos De Brasi), editaba la revista literaria Eco Contemporáneo, y éramos tandesconocidos que hasta nuestros padres solían recibirnos en casa con la pregunta: “¿Qué puedo hacer por usted?”. Mi papá tenía un taller artesanal de artículos de cuero en la Capital Federal. El papá del Tano tenía una carnicería en Salto Argentino. No les daba por la literatura. Poca cosa podían hacer por nosotros, salvo bancar nuestros sueños románticos.
Intercambiábamos los libros de nuestra biblioteca: yo le pasaba a Kerouac, él me pasaba a Pavese. Giorgio no se impresionó con el invento del MNS y esperó pacientemente algo menos abstracto. Por suerte, éramos tiernos,pacíficos e insobornables (como todos los cronopios) y coincidíamos en campañas muy bien armadas para la seducción de señoritas sabrosas, a menudo estudiantes de filosofía y letras, o, en su defecto, jóvenes actrices. Pero para la conspiración poética debí arreglármelas solo.
Siempre creí que el universo es un poema. La Tierra es un poema. La vida es un poema. Cada niño que nace es portador de un poema. Y cada uno de nosotros tiene anidado en su ser un poema único con el cual podría establecer relaciones... si bien eso requiere refinar algunos dones naturales y a la vez desprenderse de algunas nefastas costumbres inoculadas por la cultura materialista que predomina en esta etapa de la historia humana en este planeta. Casi todo el mundo supone que la poesía es un asunto reservado para “los poetas”, hombres o mujeres que accedieron a cierto don por milagro, por accidente o por masoquismo. Pero no es así. La poesía es un don universal, un sentido sutil que navega a través de nuestros sentidos convencionales,pero que por no depender de lo corporal nos permite transitar lo extraordinario. Titila en una órbita que con otro tipo de energías sutiles también transitan los profetas, los visionarios, los santos, los sabios y los inocentes.
En una de sus composiciones, el poeta estadounidense Allen Ginsberg –con quien yo intercambiaba correspondencia desde 1959– clamó: “Poeta es Sacerdote” (Poet is Priest). No se refería a una iglesia o a una religión. Aludía a la capacidad de CREAR, algo que no es patrimonio exclusivo de los dioses. De ahí que podamos decir: quien se lo proponga, podría existir poéticamente. No por el poder, la gloria o el dinero. Sino por el deleite de nadar sin lastres por el universo.
Mi revista Eco C. coincidió en el tiempo y el espacio con otras revistas y grupos literarios de las Américas: El Corno Emplumado (Margaret Randall y Sergio Mondragón) y Pájaro Cascabel (Thelma Nava) en México, El Pez y la Serpiente (Pablo Antonio Cuadra y Ernesto Cardenal) en Nicaragua, El Techo de la Ballena (Edmundo Aray) en Venezuela, los Tzántzicos (Ulises Estrella)en Ecuador, Los Nadaístas (Gonzalo Arango) en Colombia. El novelista Henry Miller aceptó ser presidente honorario del MNS y del mismo modo, el monje Thomas Merton fue nuestro sacerdote honorario. En febrero de 1964 tuvimos nuestra primera reunión fraternal con muchos otros en la capital de México, y fue para esa ocasión que llegó el mensaje solidario de Cortázar. Su consigna centra expresaba: "Cronopios de la tierra americana, muestren sin vacilar la hilacha. Abran las puertas como las abren los elefantes distraídos, ahoguen en ríos de carcajadas toda tentativa de discurso académico, de estatuto con artículos de I a XXX, de organización petrificadora. Háganse odiar minuciosamente por los cerrajeros, echen toneladas de azúcar en las salinas del llanto y estropeen todas las azucareras de la complacencia con el puñadito subrepticio de la sal parricida. El mundo será de los cronopios o no será.”
Emitimos un geo-manifiesto que fue rigurosamente ignorado por los suplementos literarios de las Américas: ésa es la gran fuerza cronópica, siempre conquista unanimidades en su contra. Nunca pudimos hacer un segundo encuentro, porque íbamos a concretarlo en Rio de Janeiro y pocas semanas después un golpe militar instauró en Brasil una dictadura que duró casi veinte años. Pero igual, y a lo largo de los años Sesenta, bordamos redes e intercambiamos vaticinios. Luego vinieron otras décadas y otros cronopios. Se sumaron los impulsos del rock progresivo, las batallas del ecologismo y las introspecciones espirituales. Y llegamos al comienzo del siglo XXI con mucho por hacer y rehacer en el mundo.
Revivimos aquel ritual cronópico en 1990, cuando Ginsberg convocó al Instituto Naropa de Colorado (Estados Unidos) a todos los veteranos de las siembras poéticas sesentistas. Allí estuvimos con Mario Trejo, Margaret Randall, Gary Snyder, Claribel Alegría, Jerome Rothenberg, Gioconda Belli, Joseph Richey, Anne Waldman, Lawrence Ferlinghetti, Ed Sanders, y muchos más. Otro auténtico congreso panamericano de poesía, que emitió un eco-manifiesto que tampoco nadie divulgó en parte alguna..
Han pasado los años. Algunos ya no circulan por las calles del tiempo con sus ojos encandilados por el arco iris del milagro. Y el mundo posmoderno retumba en todos los continentes con su eructo ensordecedor y su olor a Apocalipsis.
De modo que, indudablemente, en la primera década de otro siglo ha llegado el momento de salir a proclamar una vez más la balada utopista de la hermandad cronópica. Como decía Ferlinghetti en su Manifiesto Populista:
“Poetas, salid de vuestros armarios,
abrid vuestras ventanas,
abrid vuestras puertas,
habéis estado enclaustrados demasiado
en vuestros mundos cerrados.
Poetas, descended a la calle del mundo
una vez más y abrid vuestras mentes
& ojos con el antiguo deleite visual.
Aclarad vuestras gargantas y decidlo:
La Poesía ha muerto,
viva la poesía con ojos terribles
y fortaleza de búfalo.
La poesía cae todavía de los cielos
hacia nuestras calles aún abiertas.”
Quedaría por recordar que en 1962, también 44 años atrás, dos facciones de generales argentinos se tirotearon entre sí pintadas de azul y de colorado,y en el medio murieron algunos soldaditos conscriptos. El Presidente radical intransigente Arturo Frondizi había sido confinado en la isla Martín García y durante veinte meses (José María Guido) hubo un primer mandatario simbólico que completó el período hasta las elecciones de 1963. La clase política tradicional se organizó para que el peronismo no volviese esa vez al poder (aunque igual lo logró en 1974 con un Perón exhausto). El 31 dejulio de 1963 el radical del pueblo Arturo Illia fue elegido Presidente por 2.500.000 votos, ante 1.700.000 votos en blanco (peronistas excluidos) y 1.600.000 votos a favor del ex radical Oscar Alende. Todo parecido con eventos de la realidad actual no es mera coincidencia.
En México 1964 también recibimos un mensaje del cronopio Henry Miller, quien resaltaba: “Los poetas de este mundo están centurias más adelantados que los políticos y los estadistas. No esperen el rápido paso de la tiniebla.Tenemos que atravesar todavía un largo túnel. Pero el final está a la vista. Y este final es: libertad.”
Las décadas se han sumado inflexiblemente en el corredor de las ilusiones. Según se mire, estaríamos en el peor o en el mejor de los mundos. En el peor, si se contabilizaran todas las infamias que ocurren simultáneamente. En el mejor, si asumiéramos que tanta catástrofe imperante nos exime de las ceremonias de destrucción y nos abre el acceso directo a la reinvención del mundo.
Sin concesiones al azar, Cortázar proclamaba que el mundo será de los cronopios, o no será. Oportuna e impecablemente, Albert Camus ya había remarcado: “Tenemos que volver a coser aquello que se ha desgarrado, hacer nuevamente concebible la justicia en un mundo tan evidentemente injusto, hacer que vuelva a adquirir significación la felicidad para los pueblos envenenados por la infelicidad del siglo. Por cierto que se trata de un contenido sobrehumano. Pero el caso es que se llaman sobrehumanas aquellas tareas que los hombres cumplen en muy largo tiempo: he ahí todo.”
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