Opinión
El jardín de los presentes
Hace algunos años, el rumor habría sido desestimado de inmediato. Ante la frase “Spinetta va a tocar en Vélez con compañeros de toda la vida, va a hacer temas de toda su carrera”, hasta el más ilusionado de los fans habría enarcado las cejas con incredulidad. Es que hubo una etapa en la que el Flaco se ciñó estrictamente a su actualidad. No es que estuviera “peleado” con su historia o estuviera preso de su frase “mañana es mejor”: su presente artístico siempre tuvo la potencia necesaria para alimentar el setlist. Esa decisión robusteció el deporte de los pedidores de temas, a quienes Spinetta supo dedicarles frases memorables o simples miradas que lo decían todo. El año pasado, incluso Diego Capusotto registró el fenómeno para darle vida a ese personaje que arrancaba con “Flaco, tocá ‘Muchacha’” y terminaba gritándole a un tipo en un bar “¡Medialunas de grasa, pedí medialunas de grasa!”. En esos tiempos, las escasas veces que sonaba una vieja canción se atesoraban en la memoria como un raro evento.
Una parte de la ecuación no ha cambiado: Luis Alberto sigue teniendo un presente fecundo, compone canciones tan vitales como las que integran Un mañana. Pero, cuando a comienzos de este mes comenzó a rebotar la versión de que “se viene un regreso de Invisible”, ya no hubo tanta incredulidad. Esta semana la bola fue un poco más allá, y aunque Spinetta aún no ha dicho esta guitarra es mía, el chequeo de tres fuentes diferentes permite afirmar que sí, es cierto: el Flaco tocará en Vélez el 4 de diciembre, en una noche que, por obra y gracia de cuestiones relacionadas con el calendario, propiciará reencuentros varios y un repaso histórico que, faltando casi tres meses, ya eriza la piel del spinettófilo. Para decirlo de modo algo más coloquial: se nos cae la baba de solo pensarlo.
Hace cuarenta años, Spinetta, Rodolfo García, Edelmiro Molinari y Emilio del Guercio le dieron forma a un disco fundamental en la historia del rock argentino, clásico de clásicos, una obra que aún hoy suena fresca, sin mella, impactante por la belleza de sus canciones y las firmes convicciones de cuatro músicos tan jóvenes como maduros a la hora de expresar sus urgencias creativas. Siempre identificado como el primero de Almendra, el del tipo de la lágrima y la sopapa en la cabeza, fue un faro y el puntapié inicial de una carrera comprometida en primerísimo lugar con el compromiso artístico. De allí en más, Spinetta se dedicó a explorar múltiples maneras de hacer música, encabezando proyectos como Pescado Rabioso, Invisible, Jade, Los Socios del Desierto o los diferentes envases instrumentales adoptados bajo su nombre propio. Este cronista debe confesar que la obra de Luis, con la que se cruzó a edad bien temprana, es una de las razones por las que terminó dedicado al periodismo musical. Con el tiempo, poder compartir con los lectores análisis y sensaciones surgidas de recitales y discos supuso una satisfacción especial, que se funda en un hecho central: en treinta años de seguirlo arriba del escenario o por la vía grabada, Spinetta nunca defraudó. Ningún calificativo celebratorio resultó exagerado. Cada encuentro renovó un vínculo especial; mientras el costado-fan disfrutaba de manera subjetiva, el periodístico celebraba que aun desde la obligatoria objetividad el Flaco seguía siendo un artista a destacar. En este caso, la esquizofrenia conducía a una misma conclusión.
Que esta vez no hubiera incredulidad frente a ese radiopasillo no es casual. Nadie piensa que es descabellada la recurrente mención de históricos como Machi Rufino, Pomo, Rodolfo García o hasta David Lebon. Y al cabo, que Spinetta se permita y regale a su público una noche revisionista no es en absoluto una contradicción ni un cambio de opinión. En rigor, es natural. No sólo por la redondez del aniversario de Almendra o los sesenta años del músico (si vamos al caso, la carrera de Spinetta ofrece una multitud de mojones para ponerles velita de cumpleaños), sino porque los shows de los últimos años denunciaron otra actitud con respecto a su archivo. Uno podría autoplagiarse y refritar frases, pero será mejor la honestidad: el 23 de noviembre de 2002, quien esto escribe publicó aquí la crónica del concierto que, bajo el subtítulo Electroacustik, Spinetta había dado dos días antes en el Teatro Coliseo. El siguiente extracto da una idea de que la apertura de los libros de la buena memoria no es cosa exclusiva de este aniversario.
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¿Qué es lo que hace tan vital a Spinetta, un hombre que ha recorrido más de tres décadas de historia musical argentina entregando obras mayores en una infinidad de estilos y variantes? Ante todo, su delicada y apasionada entrega al arte de la música y la lírica. Luis Alberto ha tocado solo, con dúos, power tríos y tríos de fusión, agrupaciones que experimentaron con lo jazzero, latidos acústicos y electroshocks violentos. El respeto hacia sí mismo, sus músicos y su público –un público que, por añadidura, a veces se vuelve irritante en sus expresiones de devoción– es seguramente lo que lo mantiene íntegro. Pero aun así resulta asombroso que desempolve un diamante de Almendra como “Para ir” y su voz luzca intacta, y siga erizando la piel. Spinetta está entero cuando canta eso y cuando canta “Su amor allí”, un estreno con el que abrió esta serie Electroacustik, y eso lo define: el pasado y el futuro se dan la mano, y todo brilla bajo la media sonrisa de ese artista que nunca quiso saber nada con el bronce, pero se empeña en seguir escribiendo páginas que lo ameritan.
El espectáculo con el que el Flaco está cerrando este año tormentoso tuvo un debut para la historia. Fue en septiembre y nada menos que en el Teatro Colón, una tarde-noche mágica en la que comenzaron a descubrirse las sutilezas de la nueva formación instrumental. Apoyándose en la artillería de teclas de Claudio Cardone y el Mono Fontana, con Javier Malosetti dibujando casi en las sombras, en esta etapa Spinetta saca a la luz canciones de lugares y momentos diferentes. En el final de la noche del jueves, antes de un estreno sin título, mostró su enojo porque se hablara de “retrospectiva”, pero al cabo es una cuestión menor. Es que lo exhibido en el Coliseo es un pack tan valioso como atemporal, una cadena que une 1969 con 2002 de manera armoniosa. Los eslabones, además, tienen una fortaleza que no se funda en su relevancia histórica, sino en el valor de su interpretación actual. ¿Qué importa en qué disco aparece “Leves instrucciones”, si la versión que suena ahora sigue siendo emotiva, desgarradora y bella?
Así, la lista de este show produjo un arrobamiento que consiguió el milagro: hasta bien entrada la noche, los habituales pedidores de cada ceremonia spinetteana se quedaron en sus trece, abiertas las orejas y cerrada la boca. Una tras otra, “A Starosta, el idiota”, “Tonta luz”, “Al ver verás”, “La pelicana y el androide”, “Cielo invertido”, fueron creando un clima de recogimiento, preámbulo de ovaciones sin afectación. Sin manierismos, Spinetta dejó fluir la evidente comunicación con sus músicos, intérpretes de una idea que permite que una canción pueda ser lo que afuera es imposible, un mundo perfecto.
Respecto de aquella velada paqueta del Colón, hubo dos ingresos, ambos inspirados y ambos respondiendo a un espíritu que busca las canciones antes que el greatest hits tribunero. Uno fue “Alcanfor”, rara pieza oculta hacia el final de Téster de violencia, que encajó a la perfección entre la orquestada relectura de “Maribel se durmió” y “Vera”. El otro, “Asilo en tu corazón” (del La La La registrado junto a Fito Páez), se ubicó después de la urgencia rítmica de “Ludmila”, como respondiendo a un deseo oculto de la gente que nadie hubiera podido expresar de antemano. Revisando lo que Spinetta volvió a cantar en ese momento en que la comunión llegó a un punto culminante, no parece casual. “...Y me veo partir, soy un barco que se hace a la mar, y en todo retorno, un cambio nacerá...”, susurró. Podría decirse que es como una declaración de principios, pero es sabido que Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Jade, todo Luis y su obra, no “declaran” principios. El simplemente toca y canta, ahí está todo, y el que quiera que escuche.
Alguna vez acusó: “Vos nunca me oíste en tiempo, siempre tuviste un poco de miedo”. Hoy el tiempo sencillamente no importa. Bajo las tenues luces del Coliseo, ese lugar que es también parte de su historia, Luis Alberto Spinetta sigue entregando canciones necesarias, sin edad, sin excusas ni discursos. Habrá que seguir y seguir, entonces, pidiendo un asilo en su corazón artístico.
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Suficiente para hacerse una idea de lo que puede significar la noche del Fortín de Liniers. Suficiente para abrir el baúl, sacar el atesorado vinilo original de Almendra y hacer del reloj un trasto inútil. Suficiente para disparar el ansia de espectadores de todas las edades, que disfrutan la convicción de seguir teniendo en plenitud a una figura central del rock argento, capaz de conmovernos con la mera idea de un concierto de la buena memoria, que puede convertir a Vélez en un jardín de puro presente.
Allí estaremos, Luis Alberto.
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