MUSICA › RAUL PORCHETTO SE PRESENTARA EN EL CICLO LOS VIERNES MUSICA
“Rockero es el que
no se conforma”
El autor de Cristo Rock y Metegol abrirá la tradicional serie de conciertos que Página/12 organiza cada septiembre, donde repasará sus clásicos junto con algunos temas más recientes.
Por Cristian Vitale
En todos los casos, pasaron 20 años. En algunos, más de 30. Desde que, con 21, Raúl Porchetto hizo debutar en un disco a Charly García (Cristo Rock, 1972). Desde que, más afianzados en el ambiente rockero, ambos fogonearon junto a León Gieco la cumbre folk de aquella década (PorSuiGieco, 1976). Desde que, respirando nuevos aires pop, el cantautor de la voz finita se anticipó a los elegidos de García en la época post Seru (Guyot, Iturri y Toth) para el mejor disco de 1980, según los músicos: Metegol. Y también desde que, a través de la tríada Televisión (1981) - Che pibe (1982) - Reina madre (1983), se instaló en el salón de la fama del rock argento, vendiendo miles de discos, rotando en todas las radios y retumbando en la incipiente democracia. “Siempre hice lo que tenía ganas de hacer”, dice hoy, al borde de los 60 años y con casi 40 de trayectoria, 20 discos y casi 300 canciones editadas. Es la previa, en palabras, del recital que dará hoy a las 20.30 en el Auditorio de la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines (Belgrano 1972), en el marco del ciclo Los Viernes Música, organizado por Página/12. “Voy a tocar la mayoría de mis clásicos y alguno que otro tema nuevo”, anticipa Porchetto.
Lo nuevo del músico, en una producción discográfica que menguó durante las últimas dos décadas, implica el cancionero abierto y ecléctico de su último disco (Yo soy, 2007), más algún escape a su primer trabajo del siglo: Centavos de amor. “Hace dos años que no toco en Buenos Aires y, cuando pasa algo así, uno tiene que elegir los temas que la gente tiene ganas de escuchar. En mi caso, aprovecho los temas que se instalaron en los ’80, mi época pop, o clásicos anteriores, como “La Mamá de Jimmy”. Voy a mostrar una versión moderna y diferente. Me copa echar mano de diferentes épocas. Tuve momentos de fusión, de rock, de pop, y lo interesante es moverse en ese péndulo”, explica. “Además, no soy nostálgico, ni mediático a nivel de que lo mejor que está por venir es el próximo material de Pedrito o Josecito... No compro esa cosa de mercado. Lo mejor fue ser masivo sin faltarle el respeto a lo artístico. Estuvieron buenos los ’70, pero cuando hacía fusión llevaba dos personas por recital”, ironiza. Y se ríe.
–En 38 años pasó por diferentes épocas, géneros y circunstancias musicales. ¿En qué corriente se refleja hoy?
–No quiere decir que lo haga específicamente, pero me gusta mucho el blues, desde Steve Ray Vaughan, que cada vez me gusta más, hasta Clapton o John Mayall. También me gustan Muse, que no tiene nada que ver con ellos, el folklore y la música clásica. Trato de estar atento con las bandas nuevas, pero también no desatenderme de los maestros que te vuelan la cabeza.
–Hay un tópico místico/religioso recurrente en varios de sus discos. En Cristo Rock, en “Chico cósmico” o en “Madre de Dios”. ¿Cómo enlaza dos circunstancias culturales como rock y religión, con tan poco en común?
–Hablaría más de mística que de religión. Lo religioso me huele a institución, a establishment, y Cristo Rock fue un disco conflictivo en este aspecto, lleno de preguntas. Sí admiro a los místicos de todas las culturas: hindúes, judíos, chinos... Admiro su espiritualidad. Mi respeto es por quien busca algo distinto, más allá, que no se conforma con lo que la sociedad le da. Para mí, el rock siempre tuvo que ver con esa búsqueda, desde Sting hasta Lennon y todas las caritas místicas que aparecen en la tapa de Sargent Pepper.
–¿Mantuvo esos preceptos en sus discos más recientes?
–Indirectamente sí. La búsqueda de lo trascendente está mezclada con algo cortazariano o borgeano.
A los 21 años, Porchetto, un notable desconocido, encaraba el ambicioso Cristo Rock, un mojón acústico en medio del apabullante sonido rabioso de La Pesada del Rock y sus estelas. Eran él, Gieco, García y algunos “atrevidos” del sonido “tranqui”. “Estábamos medio locos”, recuerda. “Tirábamos la onda del rock acústico sin infraestructura, con una actitud parecida a los consagrados de entonces, como Vox Dei o Almendra. A Charly me lo recomendaron y pegamos onda: eramos fanas de Yes, Genesis y Neil Young, y atravesamos momentos jorobados de la predictadura. Hacer música era toda una contracultura. ”
–¿Y dentro del movimiento?
–Al principio, Charly y yo andábamos como pidiendo permiso entre gente “pesada” como Alejandro Medina, Claudio Gabis o Kubero Díaz. Tuvimos que pagar derecho de piso. Volvíamos de Phonalex y a veces moqueábamos porque nos comíamos un gaste tremendo. Igual, mirado a la distancia fue fantástico. Estábamos locos en eso de plantear una veta acústica.
–¿Cómo devino su relación con García y Gieco?
–Hablar de ellos, para mí, es como hablar de dos amigos del barrio, del colegio. La otra vez fuimos con León a ver a Charly a lo de Ortega y fue un gusto, algo muy grande, que trasciende lo que pueda sentir el resto de la gente por ellos. Charly nos mostró seis o siete temas de su nuevo disco. El merece lo mejor. Cuando estuvo mal todos nos preocupamos mucho, pero está saliendo. Tengo una mirada positiva sobre él, como con todos los hechos de la vida.
MUSICA › CLAUDIO KLEIMAN SERA EL TELONERO
El fuego sagrado
Por Cristian Vitale
Claudio Kleiman no es el periodista que se muere por tocar. El toca. Toca la guitarra, canta y compone con la misma pasión y conocimiento con los que escribe. “Lo que pasa es que la carrera de músico ha sido más marginal”, admite él, a punto de presentarse en Los Viernes Música, esta noche, antes de Raúl Porchetto. “Después de muchos proyectos compartidos y de tocar como músico invitado para otros, conseguí juntar el coraje de ponerme al frente de mi propia banda”, sigue. Secundado por su Banda de Sonido –así se llama el grupo–, el periodista-músico mostrará un set casi monopolizado por temas propios, más una versión de “El viejo”, del primer Pappo’s Blues –que Kleiman grabó para uno de los nueve CD inéditos de Una celebración del rock argentino, de Litto Ne-bbia–, y “un par de temas compuestos a dúo con Skay”. “Mucha gente, con una bondad que no merezco, me ha dicho que le hago acordar a Manal. Como soy un producto de la primera época del rock, me siento orgulloso de que alguien me considere así”, contesta Kleiman cuando se le pregunta por su impronta estética.
Los dos mojones más importantes de su entrecortado suceder musical pasan por un casete editado a mediados de los ’80, donde aparece acompañado por el mismo Skay, Alejandro Medina, Semilla Bucciarelli, Claudia Puyó y Claudio Gabis, entre otros, y el dúo blusero con Mario Bevilacqua, un poco más acá en el tiempo. “El casete es un cago de risa”, dispara. “Venía de un viaje por América latina que me había influido mucho, y hacía una onda latinoamericanista. Cuando lo edité, pensé que por ahí le interesaría a alguna compañía, pero fue justo en pleno furor de Soda Stereo. ¡Completamente a contramano! Estaba diez años adelantado o diez atrasado. Hubiera estado bien en la época de Los Jaivas, o en la de La Portuaria, pero no en la de Soda”, se ríe Kleiman. “Creo que no me dediqué a la música como profesión por una cuestión de suerte. O por falta de decisión... Recién ahora empecé a lograrlo. Les debo mucho a Gabis, amigo y maestro, y también a Alberto Muñoz –ex guitarrista de MIA– porque me dieron confianza. Me hicieron creer que lo mío era bueno.”
–¿Qué tienen en común el oficio de periodista con el de músico?
–En principio, ser fanas de la música, conservar el fuego sagrado. Después, la información... Incorporar tanta data a veces se transforma en una contra y en algún momento hay que cortar el chorro que viene de afuera para poder dejar que salga lo de adentro. Por eso, por ejemplo, cuando me voy de vacaciones no me llevo ni un grabador: voy solo con la viola para dejar fluir la corriente interna.
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