Miguel Grinberg sobre periodismo
y escritura en los nuevos tiempos.
EL MEDIO ES EL MENSAJE
FM 93.7 Nacional Rock
EDITOR: MIGUEL GRINBERG
ENTREVISTA (click acá)
Hagan sus propios sueños, no esperen que los vengan a hacer los líderes.
John Lennon
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Cartas a escritores
Coraje para la verdad
Por Thomas Merton
Editorial Lumen
Descripción
Thomas Merton fue escritor durante toda su vida, incluso al adoptar la forma de vida trapense de silencio y retiro. A través de su intensa correspondencia, logró mantener un contacto ininterrumpido con personas de todas partes, a pesar de distancias geográficas, estrictas reglas monásticas, y regímenes políticos opresivos. Muchos de sus corresponsales fueron escritores comprometidos con sus circunstancias históricas, y entusiastas de la palabra como Merton. En sus cartas debaten acerca de Latinoamérica, el Concilio Vaticano II,
Totalmente presente al mundo polarizado y en tensión que había perdido la capacidad de escuchar al otro, a la vez que ermitaño retirado del Monasterio de Getsemaní, Thomas Merton abre aquí el diálogo con las voces que expresaron en una época de división, violencia y secretos, el lazo común de unión que los convocaba a todos a la palabra y la acción: el coraje para la verdad.
Indice
Prefacio de William H. Shannon 7
Introducción de Christine M. Bochen 9
I 15
Evelyn Waugh 15
Posdata: Paul A. Doyle 35
II 37
Jacques Maritain 37
Czeslaw Milosz 74
Boris Pasternak 112
Posdata: Aleksei Surkov y Helen Wolff 119
III 139
Ernesto Cardenal 139
IV 201
Alceu Amoroso Lima 201
Esther de Cáceres 204
Napoleón Chow 205
José Coronel Urtecho 210
Alfonso Cortés 216
Pablo Antonio Cuadra 218
Miguel Grinberg 237
Hernán Lavín Cerdá 249
Ángel Martínez 251
Victoria Ocampo 252
Nicanor Parra 257
Margaret Randall 260
Ludovico Silva 270
Rafael Squirru 281
Alejandro Vignati 283
Cintio Vitier 284
Posdata: Stefan Baciu 291
V 295
James Baldwin 295
Cid Corman 298
Guy Davenport 304
Clayton Eshleman 307
Lawrence Ferlinghetti 322
Julien Green 330
Henry Miller 331
Walker Percy 339
Jonathan Williams 343
William Carlos Williams 350
Louis Zukofsky 351
Reconocimientos 361
Miguel Grinberg
La metáfora central de la celebrada película Matrix surgía de la confrontación entre dos circunstancias inconciliables: el predominio casi absoluto de un sistema cibernético totalitario y la resistencia tenaz de un grupo de seres humanos empecinados en asumir una profecía liberadora. A grandes rasgos, la historia entera de la humanidad ha girado en torno de un enfrentamiento análogo. Pero la mayoría de los análisis realizados sobre dicha obra cinematográfica pasó por alto una omisión primordial: el contexto de la lucha no tenía lugar en un planeta viviente sino en algo parecido a un programa de computación, donde tanto los “opresores” como los “oprimidos” asumían el combate con las mismas armas rituales.
El eco-teólogo Thomas Berry ha remarcado que las tecnologías humanas deberían funcionar mediante una “relación integral con las tecnologías de la tierra”, no de una forma despótica o perturbadora, o bajo la metáfora de la conquista, sino más bien de una manera evocativa. Ello significa que es preciso incentivar las espontaneidades de la naturaleza, en vez de aniquilarlas.
Durante cientos de millones de años y a través de miles de millones de experimentos indescriptibles, la naturaleza desarrolló ecosistemas que ya estaban floreciendo abundantemente cuando surgieron los seres humanos y sus civilizaciones. Por consiguiente, es temerario y destructivo que los humanos se entrometan en dicho entramado sin observar cuidadosamente cómo funcionan los ecosistemas y cómo podemos proceder mejor en ese contexto.
No podremos hacer nada adecuado en pos de la supervivencia humana y hacia la sanación del planeta sin nuestras tecnologías. Entonces tendremos que aprender a descubrir maneras de interactuar armónicamente con un imponente mundo de fuerzas misteriosas. Con la mística necesaria para exaltar una presencia integral humano-terrestre.
HUGO ACEVEDO
En "Rock que me hiciste mal", Fernando Peláez y Gabriel Peveroni elaboran una ambiciosa y prolija investigación, con el propósito de recrear el parto, crecimiento, evolución y maduración de un género musical que mutó radicalmente los valores y las pautas de comportamiento en la segunda mitad del siglo XX.
En este minucioso trabajo, los autores asumen el desafío de reconstruir un itinerario de más de cuarenta años, que discurre entre la historia y la recreación de una profunda transformación cultural.
A los efectos de explicar los diversos componentes de un fenómeno que trasciende al mero ámbito artístico, Peláez y Peveroni ensayan una atenta mirada retrospectiva, que se remonta naturalmente a comienzos de la década del sesenta del siglo pasado en nuestro Uruguay.
El análisis de un tema que tiene una indudable dimensión sociológica, amerita la exploración de un tiempo de cruciales cambios a nivel planetario, que marcaron su fuerte impronta en varias generaciones de uruguayos.
Partiendo de la tesis que la historia del rock uruguayo es intrínseca a la propia evolución de la música nacional contemporánea, ambos investigadores buscan la génesis de este masivo movimiento.
El rumbo cardinal de la obra está obviamente pautado por una permanente interpelación al pasado, que logra identificar inicialmente los orígenes del rock uruguayo en la influencia de numerosos intérpretes extranjeros.
Sin embargo, este trabajo corrobora que, tras superar algunos prejuicios y una fase experimental, la creación artística compatriota asumió la búsqueda de una identidad propia que le permitió construir su propia estética.
Dividiendo su libro en capítulos cortos y concisos, Peláez y Peveroni retratan el paisaje de la década del sesenta, cuando la "porteñada" de fácil digestión comenzó a ganar espacios entre el mercado consumidor local.
Eran tiempos del Club del Clan" de Palito Ortega, Violeta Rivas, Johnny Tedesco y otros célebres íconos de una movida artística digestiva, pero musicalmente pobre y conceptualmente vacía.
En ese escenario fuertemente permeado por la beatlemanía, los autores evocan la irrupción de los legendarios Shakers, que, cantando en inglés, tuvieron un impactante pero efímero reinado, tanto en nuestro país como en la Argentina.
Pese a su fugacidad, el recuerdo de esta banda, que en buena medida reproducía la estética del mítico cuarteto de Liverpool, quedó impreso en la memoria colectiva.
Mediante numerosas anécdotas y algunos valiosos testimonios, los escritores confirman que esa década de oro de la música uruguaya fue pródiga en la aparición de diversas agrupaciones, como Los Mockers que tuvieron una fuerte influencia de los Rolling Stones Los Delfines, Los Bulldogs, Cold Coffe y Los Killers, entre otros.
Por debajo de esa superficie algo clonada a imagen y semejanza de los grandes referentes de la música contemporánea extranjera de la época, afloró, por ejemplo, el fenómeno del legendario Kinto, una auténtica revolución musical de fuerte impronta uruguaya.
En este trabajo, la referencia a esta emblemática banda está intrínsecamente ligada a la figura del monumental Eduardo Mateo, uno de los grandes referentes de la cultura uruguaya.
La presencia de este tan genial como controvertido personaje marcó un punto de inflexión en la historia de nuestra música popular, que luego se proyectó a otros exitosos epígonos.
Demostrando una particular versación sobre el tema, Peláez y Peveroni se adentran en una aventura tan cambiante como apasionante, que marcó hitos singulares en la evolución de la música uruguaya y en la construcción de una identidad roquera.
Asumiendo que sólo el efectivo ejercicio de la memoria permite reconstruir la verdad histórica, los autores evocan a comunicadores referentes que hicieron posible la difusión de la música uruguaya, en un mercado virtualmente invadido por los enlatados.
Hay referencias explícitas a figuras de la talla del inolvidable pionero Rubén Castillo y a otros colegas como Carlos Martins, Lalo Menafra, Horacio Buscaglia y Elías Turubich.
Sin soslayar el marco histórico referencial de la época caracterizado por una escalada de la violencia política y la represión estatal, los investigadores exploran los territorios de la primera mitad de la década del setenta, que marca el segundo gran punto de inflexión en la historia del aún incipiente movimiento del rock nacional.
El trabajo analiza minuciosamente los radicales cambios en la estética y particularmente en los lenguajes musicales, que, en todos los casos, apuntaban a una identidad bien nacional.
No en vano se comenzó a cantar en español y las letras exhibían una mayor preocupación y compromiso por la cotidianidad de los uruguayos.
Esa tendencia, que merece un lúcido abordaje por parte de los autores, también se reflejó en la creación musical, tanto en lo que atañe a las bandas que cultivaron el género roquero como en aquellas que incursionaron en el denominado candombe progresivo.
La explicita referencia a una etapa fermental y hasta de dimensión experimental, confirma que la producción uruguaya comenzó por entonces a cortar el cordón umbilical con lo foráneo, en una búsqueda caracterizada por la fusión de ritmos y la exploración de nuevas posibilidades creativas.
Algunos de los recordados exponentes de esa corriente fueron: Génesis, Opus Alfa, Psiglo, Días de Blues, Moonlights, Tótem, Limonada, El Sindicato y Miguel y el Comité, entre otros.
En este tiempo tan prolífico brillaron con luz propia nombres de artistas que aún conservan una aureola paradigmática, como Rubén Rada y Dino, sin soslayar, obviamente, a un permanente referente como el maestro Eduardo Mateo.
Peláez y Peveroni explican hasta qué punto la dictadura decapitó a este fermental movimiento musical rico en talento y versatilidad creativa, que no pudo soportar las tensiones y la salvaje censura impuesta por el autoritarismo.
La consecuencia, como en otros casos, fue el exilio y el vaciamiento de nuestra escena cultural, que se transformó en un paisaje caracterizado por la desolación.
Con la compulsiva desaparición de una generación de músicos cada vez más comprometidos con nuestra problemática cotidiana, el poder logró consolidar su proyecto liberticida de anestesiar conciencias, manipular la voluntad colectiva y amputar de plano todo atisbo de rebeldía o utopía de cambio.
Este trabajo exhuma, obviamente, el momento de la resurrección a la salida del gobierno dictatorial, cuando la escena artística fue dominada por recordadas bandas como Los Estómagos, Los Traidores y Los Tontos.
Tanto en lo musical como en lo que atañe a su imagen y presentación, estos grupos de post dictadura fueron parricidas, porque marcaron un cambio radical con el perfil del movimiento anterior al gobierno autoritario.
El análisis de los autores permite comprender que estos jóvenes también se desmarcaron claramente de sus predecesores, por su explícito sentimiento de desencanto cuasi nihilista, absolutamente divorciado de la identidad crítica y hasta militante de los arquitectos del rock nacional.
Obviamente, la cuidada cronología abarca el fenómeno roquero nacional contemporáneo, con abundantes referencias a conocidos conjuntos y solistas.
El variado catálogo incluye, naturalmente, abundantes fotos y afiches de época, que, en muchos casos, constituyen invalorables fragmentos de nuestra historia y de la identidad cultural uruguaya.
"Rock que me hiciste mal" es un trabajo de investigación serio, minucioso y muy bien documentando, que recorre un vasto y variopinto itinerario de más de cuatro décadas.
Esta prolongada cabalgata por varias generaciones, permite recuperar la memoria del espíritu que inspiró a los pioneros del rock uruguayo.
Aunque analizan particularmente el ángulo artístico del tema, Fernando Peláez y Gabriel Peveroni no soslayan la dimensión sociológica del fenómeno abordado.
Las oportunas referencias al movimiento hippie y la estética punk entre otras contestatarias manifestaciones que trascienden a lo meramente musical, permiten comprender algunas de las más cruciales transformaciones culturales de nuestro tiempo.
Este libro confirma la plena vigencia de una creación artística nacional en permanente evolución, que ha operado como privilegiado vehículo de expresión individual y colectiva.
Asimismo, ratifica la crucial incidencia de la producción intelectual en su conjunto, en la construcción de la trama identitaria y ética de nuestra sociedad.
(Edición de la Banda Oriental)
Producción General: Alejandro Bordaisco
Producción Ejecutiva: Sergio Correa
Producción y Dirección Musical: Federico Moura
Por Enrique Gili - Publicado por IPS Noticias el 12 Ago 2009
La huerta New Roots (Raíces Nuevas), situada en San Diego, en el occidental estado de California, es parte de un experimento inusual de activistas alimentarios, que buscan crear una agricultura sostenible dentro de los límites de la ciudad.
Bajo la órbita del Comité Internacional de Rescate, una organización sin fines de lucro que trabaja con refugiados en todo el mundo, la comunidad de inmigrantes de City Heights ha iniciado una huerta urbana para los residentes del lugar.
Inaugurada a mediados de julio,
La granja se inauguró luego de casi cuatro años de negociaciones con agencias locales y federales. “Nos llevó mucho tiempo acceder a esta tierra”, dijo Amy Lint, coordinadora de seguridad alimentaria del Comité Internacional de Rescate, hablando del esfuerzo para obtener los permisos necesarios.
Los fundadores esperan que la huerta sirva como ejemplo de lo que puede hacerse en un entorno urbano. Incluso pequeños predios pueden resultar sorprendentemente productivos en manos de agricultores experimentados.
Muchos participantes reciben alguna forma de asistencia federal asignada a familias que viven en la pobreza. “La gente de aquí no come tres comidas por día”, señaló Lint.
Según ella, el Comité Internacional de Rescate considera que la granja es una oportunidad para que los recién llegados sobrevivan y prosperen.
Estas experiencias ayudan a los refugiados a integrarse a la sociedad y mejorar su nutrición, junto con las oportunidades de empleo que pueden surgir al operar una granja a pequeña escala. La mejor manera de apoyar a los miembros de esta iniciativa es ayudarlos a cultivar por sí mismos, sostuvo Lint.
Muchos han llegado huyendo de zonas conflictivas, expulsados de sus patrias en periodos de guerra civil y violencia extrema.
Laborada por birmanos, camboyanos, guatemaltecos y somalíes de origen bantú, entre otros, la huerta representa un microcosmos. La mayoría de ellos pertenecen a comunidades étnicas marginadas que vivieron en sociedades rurales organizadas en clanes y familias.
“Somos agricultores”, explicó Hamadi Jumale, director de salud mental y portavoz de
Bilali Muya es director de New Roots y activista comunitario. Su mundo colapsó en 1991, cuando estalló la guerra civil en Somalia. Escapó a Kenia. Terminó reuniéndose con sus padres y se abrió paso hasta un campamento de refugiados, donde lo ayudaron a llegar a Estados Unidos.
Antes de la guerra civil, los bantúes constituían la columna vertebral de la región agrícola de Somalia.
Llevados allí para trabajar en el siglo XVIII, su presencia en Somalia fue un legado duradero del comercio árabe de esclavos, que los marcó como marginados culturales y étnicos.
Tras casi una década de lucha, el Departamento de Estado (cancillería) de Estados Unidos reconoció la situación de los bantúes somalíes, concediéndoles el estatus de refugiados.
En 1999, funcionarios de
UNA HUERTA DIFERENTE
Una tarde de fines del verano boreal, el sol se asoma sobre un paisaje árido que dista de evocar un vergel, en una parte de la ciudad que la oficina de turismo evita mencionar. Los aviones vuelan bajo, en medio del zumbido constante del tráfico.
La huerta es una obra en construcción. Ochenta parcelas de tres por seis metros fueron asignados a cuatro grupos de inmigrantes. El resto se distribuyó entre los habitantes del lugar.
Actualmente los huertos están al cuidado de amigos y familiares, que hacen lo necesario para que el suelo sea productivo. Todavía falta despejar piedras en buena parte del terreno. Pero hay promisorias señales de vida, con vegetales que asoman en lo que antes parecía una tierra yerma.
Muya cree que la huerta confiere un objetivo a la comunidad somalí bantú, vinculando a las 400 familias de ese origen que viven en San Diego con su pasado agrícola e infundiéndoles esperanzas en el futuro.
“Estamos aquí para construir nuestras vidas y las de nuestros hijos”, dijo Muya, mientras se dirigía al hospital a ver a su esposa y a su bebé recién nacido.
Pero New Roots es una pequeña parte de la ecuación agrícola general. Las historias personales de quienes están comprometidos en el movimiento alimentario, como los somalíes bantúes, han incentivado a los activistas.
Así, se han propuesto reformas al cultivo y distribución de los alimentos, o la implementación de créditos para reducir emisiones de carbono, y varias iniciativas para que las familias pobres accedan mejor a productos frescos.
El gobierno federal está actuando en algunas áreas del sistema alimentario.
Según estadísticas de 2008 del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, 753 mercados agrícolas de todo el país aceptaron cupones a cambio de alimentos, lo que supone un aumento de 34 por ciento en relación al año anterior. Aunque el porcentaje de reembolsos es muy pequeño en comparación con las ganancias que se generan en los mercados agrícolas, aumentaron de alrededor de un millón de dólares en
En cuanto a la reforma política real, el cultivo en las ciudades también ha ayudado a promover una agricultura sustentable en las más altas esferas. Los activistas alimentarios estaban eufóricos en marzo, cuando la primera dama Michelle Obama inició su huerta orgánica en el jardín de
“Sabemos que lo que estamos haciendo es apoyado a los máximos niveles”, dijo Gail Feenstra, experta en sistemas alimentarios de
(FIN/2009)
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