EDITOR: MIGUEL GRINBERG


ENTREVISTA (click acá)

11 de marzo de 2011

¿ADONDE ESTA LA LIBERTAD?



UNA GENERACIÓN 
DE HUÉRFANOS

por Miguel Grinberg

"Y lo pondremos todo aquí, sobre la mesa de estar vivos, lo tuyo, que aún no ha vuelto, lo mío, que todavía no se ha ido.
Lo pondremos todo aquí, como si fuéramos tú y yo, porque nadie puede esperar a nadie."
 
ROBERTO JUARROZ


Sábado a la mañana tele. Oigo a la distancia una canción de los Beatles. Al pasar percibo que se trata de un dibujo animado. La carita atenta de mi hija de siete años me lleva a preguntarle si le gusta cómo cantan. Su interrogación llega velocísima: "¿Por qué? ¿Existieron?". Le digo que por supuesto. Y . entonces va un poco más lejos: "¿Y vos existías cuando ellos existieron?". Respondo afirmativamente. "¿Y eran amigos tuyos?" Contesto negativamente. Me mira fijamente como esperando un poco más de información. Mientras le digo que vivían en Inglaterra, busco el álbum fotográfico Beatles Forever y se lo entrego identificando los nombres de pila de cada cual. Al rato reaparece, me lo devuelve y concluye su indagación: "Ringo era muy feo".
Pienso en mi música de mis siete años. A esa edad descubrí un toma corriente detrás de mi cama, y allí conecté una radio que mis padres en verdad no usaban. ¡Una radio! De esos días recuerdo únicamente las canciones de Al Jolson. Y las orquestas de Glenn Miller y Benny Goodman. Recuerdo de más adelante el nombre de Alfredo de Angelis —por el Glostora Tango Club radial— pero no la música. Me acuerdo del Concierto en la Luna de Osmar Maderna. Y después, de la misma radio, Héctor y su Jazz. A mi papá le gustaban los discos de Beniamino Gigli, que sonaban gratamente en casa, con arias célebres de óperas que nunca conocí completas.
Llegué a la adolescencia, me acuerdo del verano del 52 en Mar del Plata. Se bailaba apretado con Serenata a la luz
de la luna, por Glenn Miller. Empezaron a llegar los primeros discos de plástico en 45 rpm condenando a destierro a las antiguas placas de pasta laqueada. Nos copaban Frankie Laine, Jo Stafford, Doris Day, Johnny Ray, Nat King Cole, Frank Sinatra.
Cumplí 18 años en 1955. Que me encontró estudiando en la Facultad de Medicina. Un año crucial. El bombardeo a Plaza de Mayo en junio, el derrocamiento de Perón y la muerte de James Dean en setiembre, los discos de Bill Haley y sus cometas, la película Semilla de Maldad, el rocanrol. En la calle Florida vendían la revista cubana Bohemia, cuyos números sin censura en origen mostraban los cadáveres de los oponentes al régimen de Batista, antes de la aparición de Fidel Castro en la Sierra Maestra. Ya no seríamos más adolescentes. Pero no por ello dejamos de aferramos a la inocencia como bastión. Estábamos libres de pecado.
Mi primera lectura trascendental llegó tarde: recién en 1957, en mis veinte años. Albert Camus. El Extranjero. El Mito de Sísifo. El Hombre Rebelde. Me hubiera gustado conocerlo, su mamá era española, hablaba nuestro idioma. Pero se mató en un accidente de auto a principios de 1960.
Caí en la lectura contemporánea como Alicia en el País de las Maravillas. Mi mejor amigo dejó la escuela de teatro que curtíamos en 1958 y se fue a Nueva York para estudiar en el Actor's Studio. Siguiéndole los pasos descubrí a la Beat Generation y a sus poetas inconformistas de San Francisco y Nueva York. El saxo de John Coltrane, la voz de Ray Charles, los versos de Dylan Thomas. Me compraba todas las semanas la revista Time y vivía simultáneamente en dos países, el de aquí y el de allá.
Caí en la poesía porque me bailoteaba adentro, con estandartes desplegados y coros sublimes. Aquel mismo 1958 lloré como loco, pero no por penas del corazón, sino por los gases lacrimógenos durante las manifestaciones universitarias del (lo descubriría después) absurdo conflicto "Laica o Libre". En la facultad me harté de los fachos y de los recitadores, y me di de baja. Decidí que prefería el compromiso del poema y de la soledad.
Mochila al hombro, con Giorgio Dal Masetto, cuentista al que había conocido en la salida de artistas del Teatro Caminito (novíabamos con dos actrices del elenco), nos largábamos al descubrimiento del Brasil, previa etapa en las Cataratas del Iguazú. Conocimos vagabundos, poetas, bohemios cariocas... y la mismísima bossa nova en su vertiente original durante aquel inolvidable verano del 61. Volvimos.
A fines de ese año, fundamos la revista Eco Contemporáneo, para difundir a los poetas norteamericanos con los que nos habíamos hecho amigos por correspondencia, los brasileros que habíamos conocido en Río de Janeiro, y algunos peruanos y colombianos que salieron de no sé donde.
Sabíamos solamente que teníamos que hacerlo. Y podíamos. Bastaba proponérselo. En esos días, en casi todas las capitales de América latina había gente como nosotros haciendo lo mismo, sacando revistas solidarias.

"La soledad es un amigo que no está"... Paulatinamente el correo nos puso en contacto. Fundamos una Liga de Poetas, y en febrero de 1964 nos reunimos en México jóvenes delirantes de quince países, repudiados instantáneamente por la derecha y la izquierda de aquel país.
Teníamos poder de convocatoria. No nos patrocinaba nadie, salvo el espíritu incondiconado de la poesía. Y llegaron los mensajes fraternos de Thomas Merton, Henry Miller, Salvatore Quasimodo...
Caí luego al Greenwich Village de Nueva York. Una semana antes había tenido lugar el concierto debut en Norteamérica de los Beatles. Y en los tocadiscos de mis amigos, Bob Dylan empezaba a soplar en el viento. Días febriles, meses inconcebibles en el camino, entre la Costa Este y San Francisco.
¿Poder de convocatoria? ¿Quienes eran estos poetas mufados sin patrones ni partidos políticos detrás? Nuestra asamblea de México trascendió por los cables de las agencias noticiosas. Recibí dos invitaciones ambivalentes. Una desde la OEA: en Washington D.C. me entrevistaron por radio, diserté en las Universidades de Maryland y Georgetown, me llevaron a visitar la casa de Ezra Pound. Otra desde La Habana, para el jurado del Premio Casa de las Américas:   me  entrevistaron  por  TV, hablé en una mesa redonda (junto a Edmundo Aray de Venezuela, Elmo Valencia de Colombia y Allen Ginsberg — el único dialogo que no reprodujeron las publicaciones del ente patrocinante) sobre el futuro de nuestra América y la abolición de los capangas. Me llevaron a visitar la casa de Ernest Hemingway. Y volví a casa, porque extrañaba, porque aquí me toca sembrar, porque a la hora de elegir, elegí ser un soñador empedernido en rodeo propio. Emigrar es humano, pero vaya si duele.
Mi generación tuvo buenos interlocutores culturales. Podías sentarte en un café a charlar con Aldo Pellegrini, con Raúl González Tuñón (que no te hablaba del partido sino de la lluvia y de sus andanzas con Neruda, Lorca, Miguel Hernández y César Vallejo en la Europa de los treinta), podías visitar a Leopoldo Marechal (que junto a una Biblia narraba cálidas anécdotas de eternidad) . Teníamos el poder de comunicarnos, que no es otra cosa que intercambiar pensamientos, y que no tiene nada que ver con el canje de figuritas. Nos copaba el New American Cinema, y a través de la Cinemateca Argentina y el Instituto Di Tella se concretaba aquí una muestra de quince días.
Súbitamente, durante el invierno de 1966, emergieron los "chicos" del rock argentino cantado en castellano, con el derrocamiento de Illia, y aquella "noche de los bastones largos" soltados contra estudiantes y profesores de la Universidad, porque a alguien se le ocurrió que ese era el enemigo. Recuerdo que el interventor de los subterráneos eliminó los asientos de los andenes ("porque en ellos duermen los linyeras") y los baños de las estaciones ("porque allí se reúnen los pervertidos").
Pero a pesar de estos incidentes sudamericanos, llegó 1967, y también el Submarino Amarillo, la Banda del Sargento Pepper, y después la generación de Woodstock, los festivales B.A. Rock en el Velódromo Municipal... Floreció el rock progresivo, y entramos de lleno a la década del Setenta con una flor en la mirada y una canción en los labios. Los mayorcitos y los más chiquitos, los poetas y los músicos, el público roquero y los soñadores desconocidos, los lindos y los feos, en fin, todo aquel dispuesto a ser una persona y no un número.          
No duró mucho la fiesta. Pareció seguir cierto tiempo, hasta finales de 1977, pero algo tremendo tuvo lugar, quebrando los cristales del raciocinio, instaurando el imperio del luto, inaugurando rituales feroces en la tiniebla. Habría que marcar un punto en el calendario. Y elijo el 20 de junio de 1973: la masacre de Ezeiza. Pico de una ceremonia agónica que tuvo a víctimas y verdugos danzando vehementemente la mazurca del espanto.
No sé cómo llegué al párrafo anterior. Cuando los de HURRA me preguntaron el tema de mi nota, les contestaba que iba a ser sobre los muchachos del verano. Habíamos estado comentando escenas de esa película, que describe el final de una adolescencia y el difícil ingreso al mundo adulto. Durante días , estuve dándole vuelta a la cosa, y todo me quedó rengo en la mente, como un violín desafinado.
Me carcomía la frase publicitaria donde se me presentó como "personaje fundamental en la evolución cultural de esta generación". En particular porque nunca tuve la mínima intención de ser el gurú de nadie, y menos me tienta la idea de convertirme en una especie de prócer de la cultura de estos años, mascadara a la que acceden unos cuantos hoy en día, escoltados por vampíricos clubes de admiradores y admiradoras.
Aquel mismo mes de junio de 1973, fui testigo petrificado del modo en que mi amigo R. C. (por respeto a su modestia me limito a las iniciales), director de LS1 Radio Municipal, era sacado de su despacho por un grupo de civiles armados y acompañado hasta el ascensor a punta de metralleta. Nadie pudo evitarlo. Paulatinamente, la gente en que él confiaba fue dispersada por el ámbito oficinesco del municipio. Me tocó al año, un episodio que ya he narrado en otra revista.
¿Qué es ésto? ¿Qué pesadilla? ¿Qué patada en el corazón? ¿Qué te puedo contar que ya no sepas? Y sin embargo aquí estamos, yo escribiendo y vos leyendo, pensando los dos a qué punto van a llevarnos estas líneas que se van estableciendo ante nuestro ojos, en tanto el mundo no parece un sitio muy hospitalario.
Hace horas que en mi tocadiscos gira una y otra vez el lado B de Puedo ver tu casa desde aquí, de Camel. En particular Supervivencia y Hielo. La carátula es altamente explícita: un astronauta crucificado en el espacio, a gran distancia de la Tierra.
Estoy solo en mi casa y el domingo se acaba. Entre el comienzo de esta nota y este instante, estuve haciendo un poco de carpintería. Súbitamente tengo la sensación de que esta nota ya la escribí antes, para una revista alternativa allá por 1975, se llamaba Grito... Mientras ajustaba unos bulones pensaba que no recuerdo la cara de ninguno de mis profesores del secundario. No logro reconstruir ninguna sensación particular hacia nadie de entonces, ningún cariño, ningún rencor.
Repaso facetas de la época en que ahora vivimos, con sus aprendices de parricidas o de filicidas, y pienso que (no soy el único) hay infinidad de cosas sucediendo, atisbos de una realidad liberada del homicidio. Esta es mi mayor idea fija. Que haya millones de seres encadenados a pavadas de variada pelambre; es algo que no podemos regular. Pero puede haber al mismo tiempo una especie de conspiración de la lucidez. En la práctica ya existe. Carece de líderes y de casas centrales.

Uno tiene infinidad de oportunidades para ser uno más en la caravana de idiotas, o uno menos. Aunque todavía no sepa muy bien hacia dónde dirigir sus energías, la opción existe. Nadie te obliga a ser imbécil. Nadie puede forzarte a consumir basura en colores. Cada cual es dueño absoluto de sus sentidos. Cualquier show fantástico sólo puede embobarte con tu complicidad. Y ahora viene la pregunta: ¿Después de elegir no ser un vegetal, qué hago? Muy buena pregunta. Me gusta. Nos estamos enfocando en el punto clave del asunto.
Asistiendo durante 15 años a recitales de rock, tras haber hecho ciclos radiales que recuerdo con mucho afecto, tras haber escrito centenares de artículos en revistas subterráneas o publicaciones comerciales corrientes, he recibido miles de cartas. En mi memoria desfilan rostros, nombres, estudios de grabación, redacciones, parques, estadios. A veces me sonríe alguien a quien no creo conocer, pero igual respondo. Es bárbaro que alguien te sonría mirándote a lo ojos. A veces me dicen tantas cosas así.
Pero igual, durante estos tres lustros, hay una sensación de la que no consigo separarme. No sé si es del todo justa, pero es real. Traducida al lenguaje, me ha llevado a vivenciar a los adolescentes de esta época como una generación de huérfanos. Tienen papá y mamá en casa, pero lo mismo padecen una ineludible orfandad, que no es de ellos solamente. También la padecieron sus padres cuando les tocó ser jóvenes. He allí un oscuro capítulo de nuestra cultura que espera ser desentrañado.
Ese hambre de paternidad, esa necesidad de una imagen rectora, ese desamparo existencial, ha sido el productor de todas las siniestras idolatrías de este siglo. Y hoy se corporiza en una especie de antipadre al que todos vuelcan la mirada, para odiarlo. ¿Podría suceder de otro modo en un círculo vicioso donde lo material predomina sobre lo espiritual? De ninguna manera. Entonces allí tenemos al Ministro de Economía.
Varias veces he señalado que actualmente los jóvenes argentinos se reúnen masivamente en dos experiencias bien definidas: los conciertos de rock y las peregrinaciones religiosas. No todo está perdido.
¿Qué se hace? ¿Cómo se quiebra este circuito cerrado de frustración y resentimiento? Tenemos que convertirnos en pioneros de nuestro porvenir. Así de sencillo. Sabiamente, Gregory Bateson ha remarcado que "Sin contexto, las palabras y las acciones carecen de significado. " Nadie puede darte la fórmula instantánea que actúe como respuesta global a los interrogantes. Si alguien intenta hacerlo, podes tener la seguridad de que te va a usar para algo que no te conviene.
Cada cual, en el contexto de su familia, su edificio, su barrio, su colegio, su trabajo o donde sea, tiene el poder de poner sobre el tapete los interrogantes referidos a su futuro como persona, y no como mero depositador de jubilaciones o contribuyente al fisco. Puede plantearse qué tipo de vida le gustaría vivir, como protagonista, respetando los derechos de las demás personas y del planeta Tierra. Puede soñar en voz alta sobre el modo de realizar todo su potencial, contribuyendo así a la erradicación de las pesadillas que nos laceran.
Se trata, fundamentalmente, de un ejercicio espiritual. Precisamos la confluencia simultánea, en todos los ámbitos, de voluntades y de energías apuntadas a mejorar la realidad, a elevarla, a depurarla de toxinas. Para ello no hacen falta líderes, ni gurúes.
Eso si: nada de entonar loas o denuestos. Nada de acusar o de entronizar. Abordar cada cuestión con la máxima exigencia, descartando la chatarra y aplicándose a impulsar la germinación necesaria.
En 1810, los vecinos de mi ciudad asumieron que el Virrey sobraba, que nuestros asuntos eran nuestros, y no de la corona hispana. Y se abocaron a construir una república. Durante 170 años se ha derramado sangre aquí, en pos de una unanimidad imposible. La paz es el equilibrio de las diferencias. La democracia es la interacción de lo disímil. Toda sociedad fundada en el bienestar de unos a expensa de los otros, está condenada a un martirio perenne.
Tenemos que fundar nuevas ciudades del alma. Nuevas avenidas del conocimiento . Nuevas autopistas del corazón. Nuevos jardines de la sabiduría. No se hace en un día, ni en un año. Es una elección para toda la vida. Ya no te va a doler tanto tu orfandad, entonces. Porque de una sociedad de hermanos vendrán nuevos hijos a los que podremos formar para la plenitud. Niños que interrogarán acerca de los hechos de su pasado, criaturas que te preguntarán: "¿Y vos existías cuando eso existía?" Ojalá quieras ser uno más en la edificación de esta respuestas: Sí. Y aporté un ladrillo que sirvió para construir un puente sobre el pantano..
Tal vez HURRA sirva para convocar a algunos obstinados albañiles que tengan algo que aportar en esta atractiva epopeya terrenal.

revista Hurra

agosto 1980

3 comentarios:

  1. QUERIDO MIGUEL AL RESCATE DE LOS PENSAMIENTOS DE LA BUENA MEMORIA VIENE ESTA NOTA A MODO DE REFLEXION. DE LA MISMA REVISTA ME ENCANTO LA GENERACION SUBTERRANEA CON EL PROLOGO DE ALDO PELLEGRINI, REVISTAS SUBTES A PULMON Y CON LAS VELAS DESPLEGADAS HACIA LA LIBERTAD. UN FUERTE ABRAZO. FABIAN DE VILLA CELINA.

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  2. Sólo quería saber si el Miguel Grinberg con el que me relaciono ahora, es aquel que me acompañó intelectualmente, o mejor, espiritualmente, en la época de mutantia, en la época del ciudadano planetario, en esa época, o es otro? yo soy Rubén Comedi, rcomedi@hotmail.com

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  3. En la historia del rock, formo una parte jodida, ya que fui productor durante la dictadura, lo que quizá, no signifique nada hoy, pero a Miguel, lo recuerdo bien. Esto es Tucumán. Y yo soy Rubén, rcomedi@hotmail.com

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