El tiempo pasa, nos vamos poniendo…
(completar con un adjetivo a elección)
Por Juan Ignacio Provéndola
Hace 25 años, la democracia volvía para quedarse y la política iniciaba un proceso de reconciliación con el rock que, como toda relación, tendría momentos de amor, odio, pasión y reacción. Entonces hubo chichoneo alfonsinista, indiferencia menemista, proteccionismo delarruista, desamparo en Cromañón y legitimación kirchnerista. ¿Es que el rock se convirtió en tema de Estado?
10 de diciembre de 2007. Gustavo Santaolalla, Bahiano, Pablo Romero (Arbol), Alejandro Lerner y Patricia Sosa la invitan mientras canturrean una de Los Abuelos de la Nada. Ella, sentada junto a su esposo, acepta el convite y se suma al micrófono. La primera foto de Cristina Kirchner como Presidenta de la Nación, entonces, será haciendo los coros de Himno de mi corazón sobre un escenario montado en Plaza de Mayo. A algunos les pareció simpático, otros se doblaron de estremecimiento. Un año más tarde, la democracia moderna llega a su primer cuarto de siglo ininterrumpido en la historia argentina y la pregunta se dispara sola: ¿desde cuándo el rock es tema de Estado?
Nadie se sorprendió cuando, en marzo de 1973, el flamante vicepresidente Solano Lima compartió tablas con la fauna rockera local, ofreciendo un discurso en el Festival del Triunfo Peronista que, de no haber sido por una lluvia torrencial, hubiese permitido celebrar la victoria de Héctor Cámpora en el estadio de Argentinos Juniors junto a Pappo, Sui Generis, Pescado Rabioso, León Gieco, La Pesada del Rock and Roll y un largo etcétera. Es que eso fue apenas una excepción fulgurante dentro de un gobierno efímero: el Tío duró menos que su primavera y de allí hasta la reivindicación del rock nacional post-Malvinas sólo hubo tiempo para censuras, razzias y persecuciones.
Los Redondos escribieron en su mitología una página inolvidable cuando realizaron en la medianoche del 9 de diciembre de 1983 el último recital en dictadura (o el primero en democracia, depende del lado del calendario que se lo mire). Monona, una bailarina del clan ricotero, irrumpió en el escenario del Teatro Bambalinas vestida de militar y terminó su faena completamente desnuda. El mensaje era claro, pero incompleto: el rock necesitaba cambiar de ropa, pero también de piel. Si un año atrás se había subido al atrio político acompañando el pro-belicista Festival por la Solidaridad Latinoamericana (del que luego muchos se despegaron y pocos se reprocharon), ahora habría que enjuagarse la cara y asumir el reto democrático con decoro.
Pero las cartas ya estaban echadas. La política quiso recuperar espacio perdido tras siete años de desventaja. Con el rock, fértil terreno de proyección juvenil, primero disputó y luego negoció: Alfonsín derogó toda lista negra de radiodifusión vigente y en Capital se organizaron ciclos de recitales gratuitos sobre Barrancas de Belgrano. Eso, hasta que Félix Luna asumió como secretario de Cultura y los cortó con la frase: “Excitan mucho al público y provocan actos de violencia”. La historia jugó para el historiador: el Festival de La Falda tuvo su punto final en 1987, tras ocho ediciones consecutivas, a causa de serios incidentes.
El marketing político descubrió al rock nacional en plena hiperinflación. Eduardo Angeloz salió de gira proselitista con Ratones Paranoicos, Spinetta, La Torre, Man Ray, Virus, Melero, Baglietto y Los Pericos; y cerró su campaña a todo trapo con un acto-show en Ferro, del que también participó Charly García. A su competidor, Carlos Menem, le bastó un modesto festival en La Boca junto a Los Auténticos Decadentes y Memphis para ganar la presidencia en 1989.
Antes de fin de año, Divididos, Las Pelotas, Attaque 77, Los Violadores, Pappo y otros artistas mantuvieron reuniones con funcionarios nacionales, donde manifestaron su malestar por las razzias en los shows y la invasión de música extranjera en las radios. Apartados de esas “rondas de negociaciones”, grupos como Horcas o La Renga pretendieron armar un camino paralelo integrando 90 en Banda. Ni unos ni otros lograron éxito en sus reclamos y de allí en más se abrió una grieta entre rock y política oficial. Las excepciones: Litto Nebbia en versión funcionario en 1990 y el affaire de Charly García y “Charly” Menem en Olivos.
FOTO: BERNARDINO AVILA
Hermética ya lo había anticipado en Olvídalo y volverá por más (1993): el ex gobernador riojano fue reelecto y el descontento rompió en hervor sobre la agonía menemista con la actualización de La marcha de la bronca en manos de Las Manos de Filippi (Sr. Cobranza), Bersuit (Se viene) y La Renga (El revelde). El trío de Mataderos también se sumó al izamiento de la bandera guevarista, siguiendo la huella trazada en los ‘70 por Alma y Vida y Roque Narvaja, quien en su etapa de beat-folk revolucionario también les ganó de mano a Los Redondos con su disco Octubre, mes de cambios (1973). Cuando las fórmulas comenzaron a sonar trilladas, Actitud María Marta jugó al contraataque rapeando: “Opiniones continuadas, aburridas, desgastadas / te hacés el que opinás de política / pero tu opinión es paralítica” (Confusión, 1996).
Fernando de la Rúa insistió con las recetas económicas de su antecesor, pero en materia musical apeló a un proteccionismo inédito que tuvo sorpresivamente a Divididos en las dos caras de la moneda: llevando su rock demoledor a Tilcara dentro del ciclo Argentina en Vivo y animando un show en Capital donde murieron dos espectadores por negligencias organizativas. Eran tiempos en los que el secretario de Cultura, Darío Lopérfido, salía en tapa de la Rolling Stone junto a su novia, la guitarrista María Gabriela Epumer. “Soy muy puta, no trabajo para vos / mantenida gracias a la propaganda (…) no voy a ser prisionero / de tu organismo feudal”, contestaba Babasónicos en Soy rock.
Tras el beat de las cacerolas, las atropelladas sucesiones presidenciales y el intervalo duhaldista, Néstor Kirchner tomó el mando el 25 de mayo de 2003, con discos de León Gieco bajo el brazo y los Fernández arrogándose cucardas rockeras en el gabinete ministerial: Alberto proclamó su amistad con Nebbia y se sacó fotos con los Súper Ratones; Aníbal juraba haber visto en vivo a Los Redondos y a La Renga. La encuesta del NO de aquel año arrojó entre los músicos un optimismo inédito desde la asunción de Alfonsín. Poco después, la desprotección desnudada con la tragedia de Cromañón mostró que la política también es contracultural, si de ir contra las normas se trata.
El género que clavó su primera estaca en 1966 con un tema llamado Rebelde ahora suena políticamente correcto en el Salón Blanco de la Casa Rosada, en el bunker de Mauricio Macri y en el disco homenaje al 40º aniversario del rock nacional, que tuvo a Lito Vitale como productor y al Indio Solari como artista invitado. Mientras, la generación que está en el poder tiene una cercanía más tangible con el rock que la que proclamaba en campaña Adolfo Rodríguez Saá, que se decía fan de Los Beatles y no supo mencionar una canción cuando lo apuraron ante cámaras. Ya son 25 años para rockeros y políticos. El tiempo pasa, nos vamos poniendo… (completar con un adjetivo a elección).
Skay Beilinson:
Si bien pareciera que es el único camino para resolver los problemas, la política padece de imprecisiones. Las miserias humanas te siguen acompañando por más que hagas lo que hagas. Trasladado a cualquier acto, termina confundiendo todo. El único camino que nos puede conducir a un cambio social, aunque a pequeña escala, es el de la vida comunitaria, donde uno confronta con sus miserias y trata de superarlas. El mundo de uno y el de los demás se enriquece en conjunto. Lo de Redondos en Oktubre fue una mirada más estética que ideológica. Era un poco la reivindicación de la revolución rusa, el 17 de octubre y los oprimidos, pero nunca con una mirada militante y partidista. Nunca quisimos bajar línea.
Roberto Pettinato:
La música cambia. Puede ser política, como nada de nada. El rock es político cuando te enseña a pensar por tu cuenta y cuando le cambia la mirada del mundo a toda una generación al punto tal que puede derrocarte con la indiferencia. Uno puede participar en lo que quiera, pero si ves a músicos en 20 festivales organizados por el gobierno, terminás odiándolos o, incluso, te da la idea de que han perdido su valor. ¡No existe esa idea de que un pueblo vota a fulano porque escuchó que Gieco lo apoyaba! Nosotros somos tan estúpidos para votar que ni siquiera necesitaríamos que vengan músicos intelectuales a convencernos. ¡Hacemos nuestras propias cagadas solos!
(Archivo del diario Página 12, Suplemento NO -- 5 diciembre 2008)
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