El año pasado, el Teatro Coliseo fue sede de un evento singular: siete jóvenes cantautores argentinos coparon el escenario para presentar sus canciones junto a una orquesta sinfónica. El concierto marcó un hito en la carrera de estos músicos acostumbrados a tocar en espacios reducidos, pero también fue un mojón en el camino de toda una escena de intérpretes que, desde hace años, viene ganándose un lugar a fuerza de trabajo y canciones.
Aquella noche, los protagonistas fueron Tomi Lebrero, Lucio Mantel, Pablo Grinjot, Nacho Rodríguez, Alvy Singer, Alfonso Barbieri y Pablo Dacal, siete propuestas diversas que sirven como muestra de un universo amplio e inexplorado por el gran público. Todos ellos, en algún momento de sus vidas, decidieron desoír los mandatos del rock –música con la que mantienen un indiscutible vínculo afectivo– y emprender una búsqueda profunda que tuviera en cuenta otros sonidos, otras historias.
A mediados de 2011, el periodista Martín Graziano retrató esta incipiente escena de solistas en el libro Cancionistas del Río de la Plata (Gourmet Musical). Con prólogo de Miguel Grinberg (autor del fundacional Cómo vino la mano ), el texto presenta un breve ensayo y una serie de 18 entrevistas con artistas argentinos y uruguayos que, según el autor, comparten una misma mirada sobre la canción.
Además de los intérpretes ya mencionados, participaron del libro, entre otros, Gabo Ferro, Lisandro Aristimuño, Ezequiel Borra y los uruguayos Martín Buscaglia, Ana Prada y Eli-u.
“Esta escena no nació de un repollo”, explica hoy Graziano. “Hay muchas líneas de fuga y antecedentes inmediatos. Por ejemplo, la ‘estética del frío’ de Vitor Ramil; el ‘templadismo’ de Kevin Johansen, Paulinho Moska y los hermanos Jorge y Daniel Drexler; la Pequeña Orquesta Reincidentes; la cofradía nucleada alrededor del sello Azione Artigianale, de Ariel Minimal. A través de este sello apareció el debut de Gabo Ferro: su cancionística acústica, capaz de tensar folclores con el primer rock argentino con naturalidad, fue fundamental”, dice.
En esa tensión entre el rock y otros géneros se encuentra, probablemente, la médula que sostiene a esta generación de cantautores. La nueva canción urbana se siente libre de admirar tanto a Charly García como a Atahualpa Yupanqui, a Leonardo Favio como a Violeta Parra, a Luis Alberto Spinetta como a Serge Gainsbourg, a Astor Piazzolla como a los Beatles. De esa manera, el rock, la milonga, los folclores del mundo, el jazz y hasta la música académica se trenzan en armonías y letras tan actuales como atemporales. “Para ellos, la tradición no es pasado ni una mala palabra: es el magma líquido que batimos a diario sobre las experiencias de nuestros antecesores”, dice Graziano.
Transversales y transgenéricos
“Somos absolutamente transgenéricos”, afirma Pablo Dacal, definido en Cancionistas...como un “solista de trazado intelectual y conciencia de escena”. Dacal nació en Buenos Aires en 1976, estudió en el Conservatorio de Música Manuel de Falla y, luego de pasar un par de años en Rosario –donde integró Coki & The Killer Burritos–, fundó la Orquesta de Salón, formación que lo acompañó en algunos de sus cinco discos. “Hay una pulsión del rock en ciertas ideas estéticas que desarrollamos, pero tenemos un saber bastante amplio del mapa musical de Argentina y un poco más allá. Conocemos sonidos de Uruguay, Brasil, Perú, Colombia. Nos abrimos a escuchar Latinoamérica sin la mirada ingenua del cantor de protesta de Plaza Francia ni el cinismo de la música de cóctel”, continúa Dacal, en cuyo repertorio conviven temas de Yupanqui, Georges Brassens y el cuartetero Rodrigo Bueno.
En esa búsqueda, esta generación se topó con un tesoro que descansaba al otro lado del río: las canciones de un puñado de cantautores uruguayos como Eduardo Mateo, Eduardo Darnauchans, Gustavo “El Príncipe” Pena o Fernando Cabrera. Enseguida, se lo apropiaron. “Ellos conservaron una verdad arcaica y perenne de la música que, en otros lugares, había sucumbido ante las exigencias del mercado”, dice Pablo Grinjot, el mayor uruguayófilo de la escena. “Tienen una ética a prueba de balas. En la obra de Cabrera y Mateo encontré luces guías: Mateo solo bien se lame es un disco fundamental”.
El caso de Grinjot es paradigmático ya que, como otros cancionistas, ha tenido una educación formal en materia de música. Luego de terminar la carrera de Dirección Musical y Coral y pasar varios años yendo y viniendo entre la música contemporánea y el rock, Grinjot apostó por sus canciones, acompañadas por un ensamble orquestal. Hoy lleva editados cuatro discos (algunos de ellos, junto a su orquesta, La Ludvig Van). “Escribo canciones y toco desde chico”, comenta. “Cuando crecí, contrarié la conducta habitual de armar un proyecto a semejanza de conjuntos célebres y construí mi sonido con los instrumentos e instrumentistas que tenía alrededor”.
Grinjot (que alguna vez dijo querer ser un artista popular con formación clásica) no es el único en la escena vinculado con la música culta. De hecho, unos años atrás, se unió a Dacal, Tomi Lebrero y Alvy Singer (seudónimo de Jano Seitún, que pasó por la Orquesta Académica del Teatro Colón), para dar forma al Festival de Cantautores con Orquesta, que tuvo dos ediciones. A pesar de esa coincidencia en el modo de instrumentar los temas, cada uno mantuvo su individualidad: la impronta tanguera y folclórica de Lebrero no puede confundirse con el dixieland de Singer.
Las diferencias estilísticas en el interior de la escena son evidentes, pero los instrumentos acústicos siempre están ahí. En sus comienzos, incluso, muchos tocaban en vivo sin amplificación. Para Dacal, en la búsqueda de una ruptura fue necesario quitar todo el maquillaje para alcanzar el hueso de la canción, la palabra y la voz. “Al llegar a un punto tan crudo en el que no hay más que una voz y una armonía simple, uno tiene que ser honesto. Buscamos un punto cero para entender qué estábamos cantando”, dice. “En un punto, todo grupo de música es un proyecto de pop comercial. Su nombre tiene que vender. Para nuestra generación, era algo medio automático: uno aprendía a tocar la viola, buscaba un par que tocara otro instrumento y se ponían un nombre; después se veía cuáles eran las canciones a tocar. Nosotros decidimos romper con eso y darle prioridad a las canciones”.
En ese sentido, no resulta extraño que Dacal y compañía decidieran organizar el show en el Coliseo bajo el nombre Hay otra canción . Al hacerlo, el grupo se definió a partir del reconocimiento de un “otro”: una música oficial que se difunde de manera masiva en la radio, la televisión y los festivales multitudinarios. “Tomamos el título de una canción de Fito Páez y Luis Alberto Spinetta grabada para La la la , un disco referencial para nosotros”, explica Grinjot. “Cuajaba perfecto, ya que la canción se renueva por oleadas en su contenido ético y estético, y nosotros creemos estar desarrollando una ética nueva”.
En el despliegue de esa nueva filosofía, Dacal cumple un papel clave. Después de todo, fue él quien, en 2006, publicó Asesinato del rock , un texto que puede entenderse como una suerte de manifiesto para la nueva canción. Allí, entre otras declaraciones, se leía: “El rock es antropofágico y, al ocupar socialmente el rol de música juvenil, no permite ser desplazado. Quien tenga ideas nuevas deberá ser ingerido o pasar a la clandestinidad”.
Hoy Dacal no siente esa necesidad de tomar posición que lo empujó a escribir aquel documento, pero reivindica sus postulados. “En aquel momento me pareció que todo estaba confundido, que todo llevaba al paradigma roquero establecido y a sus mentiras. Entonces, quise darle un golpe a la Estrella de la Muerte [risas]. El texto tiene la virtud de permitir una lectura amplia. De hecho, nunca pude definir si el título era una denuncia o si era un acto, si era yo el que estaba asesinando al rock. Creo que se trató un poco de las dos cosas”. El rock, sin embargo, sigue vivo y es, aún hoy, el principal referente de esta generación. No por nada, los invitados de honor en el show Hay otra canción fueron Palo Pandolfo y Fito Páez.
Uno de los cancionistas que mantienen intacto su vínculo con el rock es Nacho Rodríguez, ex integrante de la inclasificable banda Doris, que en la actualidad se presenta acompañado por Los Caracoles (Jano Seitún en contrabajo y Facundo Flores en percusión) y forma parte de Onda Vaga y Los Campos Magnéticos. “Cuando estaba en Doris, tocar significaba hacer una gran movida y gastar mucha energía para no ganar un mango”, recuerda. “Entonces, traté de encontrarle la vuelta a eso: quise seguir tocando pero sin pensar en el escenario, el flete, la sala de ensayo, el sonidista y todo eso. En lo acústico encontré algo único, pero sigo con la idea de hacer un proyecto más ligado al rock. No importa la ropa que le pongas a tu música, sino la búsqueda estética”, dice.
Canciones pop
La escena de cancionistas no se agota en los nombres mencionados más arriba. “Sus fronteras son tenues, ésa es su fortaleza”, asegura Graziano. Dentro del grupo, podrían incluirse también, entre muchos otros, a Sebastián Rubin, Darío Jalfin, Jimena López Chaplin, Juanito el Cantor, la joven e histriónica Sofía Viola y a María Ezquiaga, líder de Rosal. “Además, hay artistas que funcionan como nexos con otros espacios. Por ejemplo, Flopa Lestani o Ariel Minimal, que trabajan con una sensibilidad más ligada al pop-rock. También pienso en Acho Estol como vínculo con la escena alternativa del tango, en Ulises Conti y Fer Isella, links con la música instrumental, o en Soema Montenegro como enlace al mundo del folclore”, detalla el autor de Cancionistas...
Así, por fuera de esta escena particular, hay decenas de solistas que llenan los escenarios porteños con su voz y sus canciones. Entre los cantautores de raíz pop, vale destacar a Gustavo Alonso, más conocido como Coiffeur. Con su cd-R Primer corte bajo el brazo, el artista oriundo de Morón, irrumpió en el mapa musical indie en 2005. Enseguida, los medios especializados lo convirtieron en una nueva promesa que él cumplió en No es (2006) y El tonel de las Danaides (2009). “La decisión de seguir un camino solista tuvo que ver con mis necesidades”, dice. “Cuando estaba preparando el primer disco, tenía mucha urgencia por salir a tocar. Sabía que armar una banda me iba a llevar tiempo, así que hice un disco con pocos arreglos, que pudiera sostener sólo con la guitarra”, cuenta.
Con el paso del tiempo, las instrumentaciones de Coiffeur se fueron haciendo más complejas y El tonel de las Danaides , su último disco hasta el momento, incluyó violas, violoncello, oboe, corno inglés y arreglos a cargo de Grinjot. Del mismo modo, sus letras abandonaron cierto tono costumbrista del conurbano para construir imágenes abstractas. “Escribo sobre la imposibilidad y las limitaciones”, dice el músico. “Me emociona cuando, en un relato, la limitación tuerce a la voluntad, porque siento que eso nos termina redimiendo. A fin de cuentas, somos personas que queremos algo pero que logramos lo que podemos”.
La música de Juan Román Diosque, nacido en Tucumán, transita caminos similares, aunque sus grabaciones están plagadas de texturas y giros electrónicos que le otorgan un inconfundible aura pop. “Siempre me han gustado The Orb, Pablo Milanés, Nirvana, Seefeel, la cumbia de Tucumán, Xuxa y Jazzy Mel”, señala. “Mi primer casete fue uno de Vanilla Ice y mi primer cd, The Wall , de Pink Floyd. A los 10 años llegó mi guitarra y empecé a imitar todo lo que me producía alegría”.
Luego de editar su primer álbum a través de un sello multinacional con producción de Daniel Melero, a fines de 2011, Diosque editó Bote, un recomendable disco que se puede descargar de manera gratuita desde su sitio web (www.diosque.com.ar). El sonido oscila entre la delicadeza y la crudeza del lo-fi, con letras que van del romanticismo al sinsentido espontáneo. “Los poetas siempre hablan de lo mismo, de la belleza, el amor, el desgano… Los músicos de hoy somos también los que inventamos la música, somos los mismos de siempre”, dice cuando se le pregunta por las tradiciones. “Somos los últimos en recibir y acumular una sensibilidad particular”.